domingo, 10 de mayo de 2009

Vivir en Europa

Viviendo en Europa, hoy, tienes que tener ocupaciones. La renta de mi pequeño país meláncolico aumentó desde los cerca de 5000€ en los felices ochentas hasta los cerca de 32000€ actuales. La natalidad cayó en picado. El envejecimiento físico y mental se apodera de todo. Llueve. Hace frío y viento. El ansiolítico (químico o metafórico) llega al final del invierno hasta para los muy espirituales. Las ciudades son hermosas, hay barrios como palacios resplandecientes. Es dulce vivir en ciertos balnearios. La pobreza va a Cáritas. Muchos adictos al endeudamiento ahora están pasándolo realmente mal, en esta coyuntura. Pero pasarlo mal aquí no es pasarlo tan mal como en otras partes. Acá, no obstante, existe el plus de frialdad humana. La gente que sólo borracha se divierte. Hay que hacer gimnasia, deporte, estudiar idiomas, hacer cursos, colaborar en asociaciones, salir de compras, ir al cine, al teatro, a las exposiciones y conferencias. Los más jóvenes tienen un cíclico y repetitivo horario nocturno de fin de semana politoxicómano. La gente desea parejas transterritoriales, uno a 100 o 150 kilómetros del otro. Querer tener una familia, cambiar pañales, es un deseo número 3, 4, 5 en la escala de 5 de la mayoría de la gente. Dios es un tema tabú. La sumisión a Su Realidad Única, una excentricidad de no muy buen gusto, para muchos. Y tenemos el ordenador, el chat, los mails, los blogs, las horas que se deslizan suavemente y nos trasladan de un día hacia el siguiente. Y no nos sentimos culpables, pero no nos sentimos orgullosos. Somos débiles, con estética de Imperio Romano, el panis et cirquenses en el inmenso estadio de futbol de cada bonita ciudad. Y cuando amamos, es fragmentario y obviamos el miedo. Y cuando preguntamos a los demás, todo el mundo dice lo mismo: todas las relaciones personales están en crisis. Todos pasamos la misma hambre. Todos deseamos tener esperanza, algún día, si Dios quiere.

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