En un mundo de capitalismo global, el espacio y el tiempo se han comprimido. El papel y forma del capitalismo en este futuro no están claros. De hecho, aunque parece ser inmutable, a pesar de sus innumerables transformaciones, es poco probable que dure para siempre. No sabemos si saldrá y cómo de la crisis de identidad que atraviesa. Lo que sí sabemos es que de la misma se pueden extraer dos claras conclusiones. En primer lugar, que dos años después de la gran crisis no se ha prohibido ni una de las transacciones financieras especulativas que recorren el mundo, lo que manifiesta que los mercados financieros imponen su ley sobre la democracia, sobre el Estado democrático de derecho y sobre los ciudadanos. En segundo lugar, que la construcción democrática de la Europa unida, concebida originariamente como heredera del pacto social de la posguerra, es, cada vez más, una quimera (cuando no una gran patraña), al estar totalmente supeditada a la ley de concentración y centralización de capitales, tal y como el último ataque a su moneda ha demostrado. Nunca la democracia y la libertad han corrido tanto peligro. Nunca la Unión nos ha parecido más débil.
Daniel Reboredo
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